La “Armada Invencible” fue vencida y casi aniquilada. Sólo una tercera parte de los barcos pudo regresar a España, el resto quedó en el fondo del mar.
Los marineros salieron de España llenos de expectativas, pensaban entrar triunfalmente a Inglaterra y llevarse honores de conquistadores. Ahora se encontraban hacinados como vulgares criminales, abandonados en una cárcel de Londres.
El inglés era para ellos un idioma de bárbaros, una lengua de luteranos y piratas. Echaban de menos el sol y el aire de España. Pensaban en sus seres queridos, a quienes posiblemente nunca más verían. Todo los hacía sentir abatidos y abandonados. De pronto, se abrió una puerta y entró al lugar un hombre pequeño acompañado por el alcaide de la cárcel. Los españoles ni siquiera levantaron la vista. Sin duda sería algún inglés que había llegado para mofarse de su miseria.
De pronto, el recién llegado les comenzó a hablar en español. Un español perfectamente articulado, con un leve acento andaluz. Fue una sorpresa muy grata para los prisioneros. Todos se pusieron de pie y lo rodearon. Comenzaron a preguntarle: ¿Cuánto tiempo estarían presos? ¿Habría forma de conseguir ropa y medicinas? El visitante les respondía con amabilidad y paciencia.
La alegría que emanaba el recién llegado tocó a cada prisionero. Mientras les hablaba, el visitante hacía una lista de las necesidades de sus compatriotas. Se marchó prometiendo conseguir todo lo que fuera necesario.
Los visitaba todos los días, conversaban y luego les leía alguna porción del libro que el rey de España Felipe II había prohibido, la Biblia. Les hablaba de aquel Señor Jesús cuya paz podía hacer que los hombres se gozaran no importando que estuvieran en la cárcel y el destierro.
Pronto los prisioneros supieron que su visitante era Cipriano de Valera, que había tenido que huir de España por la persecución religiosa. La semilla sembrada en la cárcel sin duda tuvo buen fruto. Los marineros españoles, cuando por fin volvieron a su patria, llevaban una idea muy diferente respecto a lo que eran y lo que enseñaban los “herejes protestantes”. Algunos de ellos habrían abierto su corazón para recibir la Salvación en Jesús. Un tesoro que era más valioso que todo el imperio de Felipe II.
Los marineros salieron de España llenos de expectativas, pensaban entrar triunfalmente a Inglaterra y llevarse honores de conquistadores. Ahora se encontraban hacinados como vulgares criminales, abandonados en una cárcel de Londres.
El inglés era para ellos un idioma de bárbaros, una lengua de luteranos y piratas. Echaban de menos el sol y el aire de España. Pensaban en sus seres queridos, a quienes posiblemente nunca más verían. Todo los hacía sentir abatidos y abandonados. De pronto, se abrió una puerta y entró al lugar un hombre pequeño acompañado por el alcaide de la cárcel. Los españoles ni siquiera levantaron la vista. Sin duda sería algún inglés que había llegado para mofarse de su miseria.
De pronto, el recién llegado les comenzó a hablar en español. Un español perfectamente articulado, con un leve acento andaluz. Fue una sorpresa muy grata para los prisioneros. Todos se pusieron de pie y lo rodearon. Comenzaron a preguntarle: ¿Cuánto tiempo estarían presos? ¿Habría forma de conseguir ropa y medicinas? El visitante les respondía con amabilidad y paciencia.
La alegría que emanaba el recién llegado tocó a cada prisionero. Mientras les hablaba, el visitante hacía una lista de las necesidades de sus compatriotas. Se marchó prometiendo conseguir todo lo que fuera necesario.
Los visitaba todos los días, conversaban y luego les leía alguna porción del libro que el rey de España Felipe II había prohibido, la Biblia. Les hablaba de aquel Señor Jesús cuya paz podía hacer que los hombres se gozaran no importando que estuvieran en la cárcel y el destierro.
Pronto los prisioneros supieron que su visitante era Cipriano de Valera, que había tenido que huir de España por la persecución religiosa. La semilla sembrada en la cárcel sin duda tuvo buen fruto. Los marineros españoles, cuando por fin volvieron a su patria, llevaban una idea muy diferente respecto a lo que eran y lo que enseñaban los “herejes protestantes”. Algunos de ellos habrían abierto su corazón para recibir la Salvación en Jesús. Un tesoro que era más valioso que todo el imperio de Felipe II.
Celebramos en 2009 los cien años de la revisión realizada a la traducción al castellano de la Palabra de Dios, que éste gran hombre hizo al trabajo de Casiodoro de Reina. Por este motivo quiero compartir contigo esta versión de la Bilblia digitalizada, si bien es cierto tenemos nuestra biblia, vale la pena conservar estas versiones que estan a punto de desaparecer.
Descargala y conservala, además esta en una edición especial con letra de imprenta.