La Biblia tiene un mensaje de esperanza para esta tierra que pertenece a Dios pero que fue entregada provisionalmente al hombre, con el fin de que la gobernara de manera sabia.
La esperanza bíblica para el planeta se desprende de textos como el siguiente del apóstol Pablo: «Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Romanos 8:21). Es decir que, según el Nuevo Testamento, el problema ecológico tendrá una solución definitiva con el regreso de Cristo. El propósito divino abarca al ser humano, pero también al resto de la creación, y su voluntad es «reunir todas las cosas en Cristo», restableciendo el orden y la perfección original del universo. Sin embargo, mientras llega ese tiempo, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano con relación al medio ambiente? ¿Desentenderse de forma irresponsable del tema, bajo la excusa de que la situación actual no tiene arreglo? ¿Cruzarse de brazos y esperar a que lo solucione el Señor Jesucristo cuando vuelva? ¿Darles la razón a quienes culpan al cristianismo de la actual crisis ecológica?
Por desgracia, el grado de compromiso de los creyentes en este asunto es sorprendentemente bajo. Quizá esto responda a una mala interpretación de las obligaciones cristianas en el mundo, frente a la idea espiritualista de que solo habría que ocuparse de las cosas de «arriba» y no valdría la pena intentar mejorar las de «abajo». No creo que este sea el mensaje que transmite la revelación. Los debatidos verbos del Génesis, «sojuzgad» y «señoread», no deben ser traducidos mediante las actitudes de dominio despótico, sometimiento forzado, avasallamiento, tiranización, opresión o violación de la creación. La orden que Dios le dio al hombre hay que entenderla en el contexto de la responsabilidad, el cuidado y la cooperación con las demás criaturas. El señorío humano consiste en una mayordomía sabia, capaz de administrar con justicia los recursos del mundo natural. El hombre está llamado a sojuzgar por medio del espíritu de amor y solidaridad que el evangelio propugna de forma constante. De otra manera, el mismo Creador se estaría contradiciendo al mandar la explotación arbitraria de la naturaleza que acababa de crear.
Por desgracia, el grado de compromiso de los creyentes en este asunto es sorprendentemente bajo. Quizá esto responda a una mala interpretación de las obligaciones cristianas en el mundo, frente a la idea espiritualista de que solo habría que ocuparse de las cosas de «arriba» y no valdría la pena intentar mejorar las de «abajo». No creo que este sea el mensaje que transmite la revelación. Los debatidos verbos del Génesis, «sojuzgad» y «señoread», no deben ser traducidos mediante las actitudes de dominio despótico, sometimiento forzado, avasallamiento, tiranización, opresión o violación de la creación. La orden que Dios le dio al hombre hay que entenderla en el contexto de la responsabilidad, el cuidado y la cooperación con las demás criaturas. El señorío humano consiste en una mayordomía sabia, capaz de administrar con justicia los recursos del mundo natural. El hombre está llamado a sojuzgar por medio del espíritu de amor y solidaridad que el evangelio propugna de forma constante. De otra manera, el mismo Creador se estaría contradiciendo al mandar la explotación arbitraria de la naturaleza que acababa de crear.
La tierra está como está precisamente porque el ser humano no supo señorear bien, ni acertó a distinguir entre necesidad y deseo. Al darle la espalda a Dios, se inició también una crisis ambiental que iría creciendo hasta llegar a la situación presente. No como consecuencia de la necesidad de sobrevivir, sino por causa del deseo de poseer más de lo necesario. Es decir, por culpa de la codicia y el egoísmo humano. No obstante, la palabra de Dios considera la responsabilidad ecológica como una parte del llamamiento cristiano a hacer patente el amor de Dios en este mundo material. Pablo invitó a todas las personas a ser imitadores de Cristo siguiendo la ley del amor y el servicio a la humanidad. A los gálatas les escribió: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará ... No nos cansemos pues, de hacer bien» (Gálatas 6:7,9). El amor cristiano no es mera palabrería sino algo real y constructivo. Por lo tanto, además de mantener presentes las promesas sobre el futuro, también es menester trabajar para que la voluntad de Dios se lleve a cabo en la tierra hoy.
Lectura tomada del Libro: El Dios Creador de Antonio Cruz, editoral Vida